Neiva, la ciudad de mis padres

(Esta entrada iba a ser publicada en junio de 2016)

No hablo demasiado de mi ciudad porque al haber nacido y vivido siempre aquí, mi percepción no es tan sorprendente como la del que viene de otra región o país. Me gusta mi ciudad, aunque debo reconocer que no conozco más y durante los últimos años me interesa mucho menos que antaño, principalmente por mis deseos de emigrar. Mi papá dice que la patria se extraña mucho cuando se está afuera, y mi mamá dice que extrañaba los atardeceres de Neiva en el corto tiempo que vivió en Bogotá. Por mis padres y nuestras memorias escribo esta nota.

Aproveché los últimos días de fiesta sampedrina para poder dialogar con mi papá. Es callado, reflexivo e ilustrado por lo que sus conversaciones sobre cultura general son muy interesantes. Desde que tengo memoria habla con nostalgia sobre tiempos pasados, especialmente de su juventud cuando la ciudad era poco más que un pueblo sin gracia. Neiva era mucho más pequeña y las distancias se percibían mayores, especialmente cuando tocaba viajar a otros municipios.

Hablaré primero de mis abuelos paternos. Mi abuelito Álvaro también nació aquí y mi abuela Georgina era de un pueblo pequeño del Tolima que se llama Falan. Los papás de la abuela eran gente de pueblo, y mi papá dice que el bisabuelo fue quien nos heredó el talento artístico ya que era uno de los músicos del lugar. Los papás del abuelo eran personas de pocos recursos que con mucho esfuerzo sostenían a su familia. Mi papá dice que uno de nuestros ancestros era un español, quizás el tatarabuelo, que luego de emigrar se casó con una chica morena de aquí. Así parece justificar que algunos de nosotros seamos de piel oscura y otros blancos.

Ahora es el turno de los papás de mi mamá. Mi abuelito Virgilio era de un municipio del Huila que se llama Tello y mi abuelita Berta del Caquetá. Mi mamá nació en un corregimiento que se llama Guacirco, que dio origen a una conocida canción local. Los abuelos tuvieron una tienda que era el sostén económico de su familia. Mi mamá recuerda a mi abuelita como una mujer muy sufrida, ya que tuvo que sacar a sus hijos adelante cuando su esposa falleció de tuberculosis.

Por aquellos años el país, y en especial el departamento del Huila atravesaban una complicada situación de orden público. Después de la muerte de Jorge Eliecer Gaitán, el Bogotazo y el creciente apoyo del comunismo en Latinoamérica, surgían los movimientos bandoleros que de alguna forma siempre están presentes en los recuerdos infantiles de mis padres. Era la época en que pertenecer al partido conservador o al partido liberal podía ser un asunto de vida o muerte. Mi mamá recuerda como una vez la abuela, que era liberal, escondió al abuelo debajo de uno de los recipientes donde daban de comer a los marranos ya que unos liberales venían a matarlo.

Tras la muerte de su querido padre, mi abuelito Álvaro tuvo que dejar la escuela en el octavo grado para dedicarse a diversas labores buscando llevar comida a su casa. Toda su vida se estuvo rebuscando, y al menos durante una época tuvo que haberle ido bien, ya que como recuerda mi papá, tuvo tres carros que usaba para su escuela de conducción de choferes y una finca en el municipio de Rivera. Sin embargo, tal como recuerda mi papá, la mayor parte de su infancia la situación económica era muy difícil.

Mi papá y sus hermanos serían los primeros de la familia en ir a la universidad. Con una situación económica tan adversa, educarse era la única forma de salir adelante. Luego de presentarse en Medellín y Bogotá, mi papá pudo entrar a la Universidad Nacional que para entonces ya tenía buena fama. Allí conocería la influencia de la izquierda en la educación estatal y los últimos restos de una Bogotá que era más segura y más tranquila. Todavía no había llegado la época terrible de la violencia del narcotráfico a las ciudades colombianas. La vida del barrio seguro parecía ya lejana para mi papá que debía sobrevivir en Bogotá.

Mi mamá esperó pacientemente a mi papá aquí en Neiva. Aún vivía en su casa, aprendiendo labores de esposa, seguro con la ilusión de que el tiempo pasara y se pudiera casar con mi papá luego de que regresara de Bogotá. Mientras tanto, en la tienda de la abuela había mucho trabajo ya que según mi papá vendían de todo. La abuela y un par de tías atendían el negocio familiar incansablemente.

Mis padres eran enamorados en una época en que no existían redes sociales, programas de mensajería instantánea, videollamadas, ni ninguno de esos artilugios tecnológicos que hoy damos por sentado. Cada carta era escrita con detalle y la espera de la respuesta solo alentaba ese sentimiento tan retratado en las telenovelas. Una llamada, un paquete, un puente festivo era una excusa para que los amantes se encontraran. Aún mi mamá recuerda la vez que mi papá le envió su primera boleta de calificaciones, y cómo detalles como esos le daban a entender que pensaba en ella.

Llegado el momento y luego de la graduación de mi papá, se casaron en un pueblito llamado Villavieja, esa pequeña zona urbana junto al Desierto de la Tatacoa. La vida de casados de mis padres tuvo que haber sido bastante modesta al principio. Según mi papá, el primer apartamento que tuvieron no era más que unos pocos muebles y muchas ilusiones. Con su trabajo como funcionario estatal, pudo sacar adelante a mis hermanos mayores. Yo mismo llegué a conocer su oficina en el centro de la ciudad la cual que ofrecía una buena vista al festival de San Pedro.

De alguna manera mis padres siempre han intentado compartir sus pasiones conmigo. Cuando era niño, mi papá me llevaba de la mano a ver los desfiles de mitad de año. En medio del calor y de los borrachos intentaba mostrarme su pueblo natal. Pasaban las carrozas bien adornadas, las muchachas bailando con vistosos vestidos y las siempre aclamadas reinas. La única vez que he ido a un evento de elección y coronación de una reina del bambuco fue hace varios años. Mi papá me enseñó algunas cosas acerca del baile, de los vestidos y peculiaridades de la festividad. Fue interesante, pero no creo que lo vuelva a hacer.

Mi mamá me llevaba a la Iglesia todos los domingos y siempre me daba una empanada y una gaseosa al terminar el sermón. Me gusta pensar que fui criado como un protestante pero para ser más exacto fui educado como un cristiano carismático. Mi mamá marcó para siempre mi perspectiva de la vida cristiana. Siempre procuró inculcarme la búsqueda de una vida de piedad y sobriedad. A pesar que mi visión de la vida es más cercana al calvinismo sigo atesorando las enseñanzas de mi progenitora.

Ella nunca ha querido que sus hijos vivan lejos. Cuando estaba a punto de graduarme del bachillerato le preocupaba que me fuera a Bogotá cuando podía vivir y estudiar en Neiva. Tuvo una gran sorpresa años después cuando le comenté que deseaba emigrar y que siempre había sido mi sueño desde adolescente. Mi mamá lo comprendió y desde entonces me ha apoyado, pero para ser franco las cosas no han sido para nada fáciles. Las dificultades para conseguir trabajo en una ciudad pequeña siempre son palpables.

He buscado dar un repaso sobre la vida de mis padres, mi vida y como nuestras historias se entrelazan en esta bella ciudad acalorada. Soy un adulto joven y con muchas ganas de salir adelante. Solo Dios sabe si lograré llevar a cabo este sueño que tengo en el corazón desde hace años, pero sea que lo logre o no, se que tendré un sitio a donde llegar. Muchas gracias Neiva por las enseñanzas aprendidas y la gente de la que me he rodeado.

Donde sea que esté, siempre estarás en mi corazón.

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